Aunque descartan un episodio de las mismas magnitudes que el ocurrido en la noche del 26 de abril de 1986, alertan de que, de seguir multiplicándose estas reacciones, sí que podría ocurrir un serio incidente. El siguiente paso, según se explica en la revista ‘ Science’, será averiguar si se trata de algo pasajero que terminará por desaparecer solo o si habrá que intervenir de alguna manera.
Tal y como informaba a finales del pasado mes Anatolii Doroshenko, del Instituto de Problemas de Seguridad de las Plantas de Energía Nuclear (ISPNPP) en Kiev (Ucrania), los sensores detectaron en una de las habitaciones selladas un aumento progresivo de neutrones, lo que sería una señal de fisión. «Hay muchas incertidumbres -afirma Maxim Saveliev de ISPNPP-. Pero no podemos descartar la posibilidad de un accidente». Según explica Saveliev, el recuento de neutrones aumenta lentamente, lo que sugiere que, afortunadamente, los investigadores y técnicos aún cuentan con años para descubrir cómo sofocar la amenaza.
Conjunto crítico
Cuando parte del núcleo del reactor de la Unidad Cuatro se derritió en abril del 86, las varillas de combustible de uranio, su revestimiento de circonio, las varillas de control de grafito y la arena arrojada al núcleo para tratar de extinguir el fuego se fundieron en lava. Este líquido fluyó desde el reactor hasta las salas del sótano, donde se acabó endureciendo y formando materiales que contienen combustible (FCM), que están cargados con aproximadamente 170 toneladas de uranio irradiado, el 95% del combustible original.
El sarcófago de hormigón y acero -el llamado búnker de Chernóbil-, que se creó un año después del accidente para aislar los restos no era del todo estanco y la lluvia se filtró al interior. El problema es que con el agua a veces se elevan las reacciones de fisión y, por tanto, el número de neutrones. Eso es lo que pasó después de una gran tormenta caída en junio de 1990: los niveles subieron hasta un nivel tan crítico que un científico se aventuró a la sala del reactor -a pesar de la fuerte radiación- para rociarla con una solución de nitrato de gadolinio, que absorbe neutrones. Varios años después, la planta instaló rociadores de nitrato de gadolinio en el techo del búnker, pero el aerosol no puede penetrar eficazmente en algunas habitaciones del sótano.
Sin embargo, cuando acabaron las obras de 2016 del nuevo búnker (NSC por sus siglas en inglés) que recubría el antiguo, los científicos pensaron que estos capítulos acabarían: la lluvia no entraría en los dominios y, al final, podrían desmantelarse las instalaciones. De hecho, desde entonces, los recuentos de neutrones se han mantenido estables o incluso han disminuido. Pero comenzaron a subir en algunos lugares, casi duplicándose en 4 años en la habitación 305/2, que contiene toneladas de FCM enterradas bajo escombros. El modelo ISPNPP sugiere que, según se seca el combustible, las reacciones de fisión se hacen más efectivas, pero no está claro cómo ocurre.
Miedo a que la reacción se acelere
Es por ello que, a medida que el agua continúa retrocediendo, el temor es que «la reacción de fisión se acelere exponencialmente», dice Hyatt, lo que lleva a «una liberación incontrolada de energía nuclear». No hay posibilidad de que se repita lo ocurrido en 1986, ya que cualquier reacción explosiva no sería muy fuerte y podría contenerse. Sin embargo, podría amenazar con derribar partes inestables del destartalado búnker primigenio, llenando el NSC con polvo radiactivo.
Ahora, el problema es que los niveles de radiación en la sala 305/2 impiden acercarse lo suficiente para instalar sensores. Y rociar nitrato de gadolinio sobre los escombros nucleares no es una opción, ya que es una zona sepultada. Una idea es desarrollar un robot que pueda soportar la intensa radiación durante el tiempo suficiente para perforar agujeros en los FCM e insertar cilindros de boro, que funcionarían como barras de control y absorberían neutrones. Mientras tanto, ISPNPP tiene la intención de intensificar el monitoreo de otras dos áreas donde los FCM tienen el potencial de volverse críticos.
Y no es el único de los problemas a los que se enfrenta el complejo: la intensa radiación y alta humedad provoca que los FCM se estén desintegrando, generando aún más polvo radiactivo que complica los planes para desmantelar el búnker. Al principio de su creación, una formación FCM llamada Pie de Elefante era tan difícil de perforar que los científicos tuvieron que usar un rifle Kalashnikov para cortar un trozo para su análisis. «Ahora tiene más o menos la consistencia de la arena», dice Saveliev. 35 años después, Chernóbil sigue siendo un lugar muy peligroso.