Según estos expertos, es posible relacionar sus características morfológicas con las huellas químicas características de la vida. Aunque algunos ejemplares son, en esencia, similares a algunos microbios que aún pueden encontrase en la actualidad, otros son bacterias y arqueas –un tipo de microorganismos unicelulares– pertenecientes a especies ya extinguidas. En todo caso, vivieron en una época en la que el oxígeno aún no se encontraba de forma significativa en la atmósfera.
A SALVO DE LOS ELEMENTOS
Las rocas que contenían los fósiles fueron tomadas en 1982 del depósito de sílex Apex, en Australia Occidental, uno de los pocos enclaves en los que aún pueden encontrarse restos rocosos primigenios. Estos han quedado preservados porque no se han visto afectados por la actividad de las placas tectónicas u otros procesos geológicos especialmente agresivos. Los organismos presentes en ellas fueron descritos por primera vez en la revista Science, en 1993. Schopf, que lideró aquella iniciativa y hoy dirige el Centro para el estudio de la evolución y el origen de la vida de UCLA, indica que pudieron ser identificados gracias a su distintiva forma cilíndrica y filamentosa. No obstante, su interpretación fue puesta en entredicho en un primer momento, y algunos críticos con su trabajo argumentaron que, en realidad, se trataba de sustancias minerales cuyo aspecto recordaba al de algunos seres vivos.
A lo largo de los años, Schopf y sus colaboradores aportaron nuevos datos que apoyaban su postura, y ahora están convencidos de que sus primeras sospechas eran ciertas. Para determinarlo, el grupo liderado por Valley empleó un espectrómetro de masas de iones secundarios. Este ingenio utiliza un haz de iones de baja energía para arrancar átomos de la superficie de la muestra. Así, pudieron separar el carbono de los fósiles en sus isótopos. A continuación, usaron el espectrómetro de masas para medir sus proporciones –las sustancias orgánicas, ya se encuentren en rocas, microorganismos o animales, contienen proporciones características de sus isótopos estables de carbono–. «Las diferencias que hemos encontrado en las proporciones de isótopos de carbono se correlacionan con sus formas. Si no fuesen restos de origen biológico no habría razón para que se diese esa correlación. Por el contrario, esas proporciones son típicas de la biología y la función metabólica”, señala Valley en una nota.
LA VIDA SE ABRE CAMINO
A partir de su análisis, los investigadores pudieron constatar que entre los microorganismos, cada uno de unos 10 micrómetros de ancho –un cabello humano tiene el mismo grosor que ocho de ellos–, se encontraban bacterias fototróficas, que aprovechan la radiación solar para generar energía, arqueas productoras de metano y gammaproteobacterias, que oxidan este gas, un compuesto que según algunos modelos teóricos tuvo una importante presencia en la atmósfera primitiva.
“Este tipo de estudios sugiere que la vida podría ser un fenómeno muy común en el universo”, afirma Schopf. “Pero, sobre todo, la presencia de estos microbios en la Tierra hace 3.500 millones de años indica que se habría desarrollado en nuestro planeta mucho antes de esa fecha; si bien nadie sabe cuánto antes. Además, confirma que incluso la vida más primitiva puede evolucionar y dar origen, en este caso, a microorganismos más avanzados”. El propio profesor Valley que ha participado en este ensayo llevó a cabo un estudio en 2001 en el que probó que hace 4.300 millones de años ya existían océanos en nuestro planeta. “No tenemos pruebas de que en esa época hubiera vida en la Tierra, pero eso no quiere decir que no se diera”, concluye Valley.
Referencia: SIMS analyses of the oldest known assemblage of microfossils document their taxon-correlated carbon isotope compositions. James William Schopf et al. PNAS. 18-12-2017. DOI:10.1073/pnas.1718063115