Se conocen cientos de dientes de esta especie, muchos comprados en herbolarios del sudeste asiático, incluso algún trozo de mandíbula, pero ni un solo cráneo, lo que hasta ahora impidió aclarar su lugar exacto en el árbol de la evolución.
Hoy se publica un estudio que no solo resuelve el enigma, sino que abre una nueva forma de viajar al pasado remoto para aclarar capítulos oscuros de la evolución humana gracias al análisis de proteínas fosilizadas.
El trabajo, publicado en Nature y liderado por investigadores en España, Dinamarca y China, se basa en un diente de gigantopiteco encontrado en 2006 en una cueva del sur de China y que tiene 1,9 millones de años.
Ni la mejor tecnología sería capaz de recuperar ADN —la molécula que sirve de libro de instrucciones de cualquier ser vivo— de restos tan viejos y, además, hallados en zonas cálidas y húmedas. El récord, por ahora, es ADN extraído de un homínido que vivió hace 400.000 años en la sierra de Atapuerca, en Burgos.
“Estos son los restos moleculares más antiguos que se han extraído de un fósil”, resalta el investigador Marqués-Bonet.
Con un torno similar al de los dentistas, los científicos extrajeron de la muela unos miligramos de esmalte y dentina, después secuenciaron el polvo en busca de proteínas fosilizadas y consiguieron recuperar casi 500 aminoácidos correspondientes a seis proteínas del esmalte dental que asombrosamente se conservaron durante casi dos millones de años.
Los científicos extrajeron 500 aminoácidos correspondientes a seis proteínas que se conservaron durante casi dos millones de años. (Foto ilustrativa de Shutterstock)
Los aminoácidos son las 20 unidades básicas que forman las proteínas. Los pequeños cambios de orden de esas unidades —una glicina que sustituye a una arginina, por ejemplo— permiten calcular cuántos millones de años han pasado dos o más especies que evolucionaron por separado y cuándo vivió su último ancestro común.
Al comparar las proteínas del simio gigante con las de humanos y otros primates actuales los investigadores demostraron que gigantopithecus es una especie hermana de los orangutanes, pero se separó evolutivamente de ellos hace unos 10 millones de años.
El linaje humano y el de los orangutanes, incluidos los gigantes, divergieron antes, hace unos 14 millones de años. Una de las seis proteínas rescatadas, la AHSG, favorece la mineralización de dientes y huesos y probablemente es una de las que permitió al gigantopiteco desarrollar sus enormes muelas con las que masticaba bambú, hojas y frutos.
“Al contrario que el ADN, que se degrada mucho antes, las proteínas son más estables y te permiten viajar mucho más hacia atrás en el tiempo”, resalta Tomás Marqués-Bonet, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona y coautor del trabajo.
“Estos son los restos moleculares más antiguos que se han extraído de un fósil”, resalta el investigador, cuyo equipo ya logró este año extraer proteínas de un fósil de rinoceronte que vivió en Dmanisi (Georgia) hace 1,7 millones de años.
El siguiente paso es evidente y sumamente prometedor, ya que la paleoproteómica es aplicable a un sinfín de fósiles africanos y asiáticos para trazar sus árboles evolutivos moleculares y saber si son nuestros ancestros.
“El análisis de paleoproteínas es la nueva revolución en el campo de la evolución humana, será un golpe de timón como el que hace una década supuso el análisis de ADN en estudio de nuestros orígenes”, asegura María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana.
“La posibilidad de identificar con las proteínas al enigmático gigantopithecus cobra particular relevancia ya que existe mucho debate sobre la asignación taxonómica de algunos dientes aislados que se han encontrado en Asia, especialmente en el sudeste asiático», explica.
Y continúa: «Por muy increíble que parezca, se sigue debatiendo si algunos fósiles que se han atribuido a Homo erectus pueden en realidad no ser humanos y pertenecer o bien alguna especie de orangután o a algún primate no conocido. Estudios como el de las paleoproteínas podrían suponer una herramienta utilísima para resolver este tipo de debate”.
Lo que aún no pueden responder las paleoproteínas es por qué desapareció el gigantopiteco. Se sabe que era un simio vegetariano especializado en vivir en selvas espesas, por lo que las fluctuaciones del clima pudieron afectarle. Otro factor pudo ser la presión añadida de la llegada de los primeros humanos modernos a las junglas de Asia.
“Sabemos que se extinguieron hace entre 500.000 y 100.000 años”, explica Marqués-Bonet y añade: “En las fechas más recientes los denisovanos [un grupo humano pariente de los neandertales] ya estaban por allí. Aunque no tenemos forma de saberlo, sí conocemos que todas las expansiones humanas en cualquier punto del planeta coincidieron con la extinción de las especies de mayor tamaño, de hecho, las actuales como leones o tigres siguen vivas porque hacemos esfuerzos para conservarlas”.
Fuente Conbienestar