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LA ADOLESCENCIA, EL “PROBLEMA” DE MUCHOS PADRES

Publicada: 2021-09-15 10:04:58
Hay conductas de los padres que pueden ser contraproducentes para el buen desarrollo de sus hijos. La importancia de correrse a tiempo de rivalidades y competencias estériles.

Nos habían colgado la capa de Superman y la corona de la Mujer Maravilla, durante años fuimos sus superhéroes infalibles, capaces de combatir miedos, momentos de soledad, incertidumbres y angustias de la infancia.

Nos habían colgado la capa de Superman y la corona de la Mujer Maravilla, durante años fuimos sus superhéroes infalibles, capaces de combatir miedos, momentos de soledad, incertidumbres y angustias de la infancia.

Pero el tiempo corre y, de repente, un pase mágico de poderosas hormonas acaba con la magia y los padres nos vemos como Cenicienta cuando cae la medianoche: sin capa ni tiara, convertidos en seres desactualizados, inoportunos y “sin onda”. ¿Qué pasó? ¡Tenemos adolescentes en casa! 

Todos a “parirnos” nuevamente

Despedidas y bienvenidas, ellos saludan a una infancia que les dice adiós y nosotros a una juventud que parece convertirse en madurez. Es un nuevo hogar habitado por seres en estado de transición. Andamos a tientas por un largo, estrecho e incómodo túnel, similar a un canal de parto, que nos promete una nueva luz.

Por un lado, ellos con su duelo por la infancia o la sensación de tristeza por dejar atrás un tiempo de resguardo y cobijo. Cada novedad viene de la mano de un temor, con cada desafío nace una nueva inseguridad, cada futura conquista trae aparejada una incertidumbre.

Día a día, el espejo les devuelve un cuerpo que no deja de darles sorpresas, granitos, olores, pelos y formas nuevas “aparecen sin pedir permiso” como decía una púber paciente de 11 años.

Del otro lado, nosotros. El instante en que nuestros hijos se convierten en adolescentes nos recuerda quiénes hemos dejado de ser. Estos jóvenes se han adueñado de la risa desenfrenada, el entusiasmo ilimitado y los deseos fogosos. Y entonces nos miramos preguntándonos: «¿será que a partir de ahora somos irremediablemente maduros, gente grande que escucha música anacrónica?».

De necesarios y suficientes a necesarios e insuficientes

Durante la infancia de nuestros hijos, sentimos con certeza que nuestra sola presencia es sinónimo de felicidad. Si nos tienen cerca, está todo. Pero cuando la adolescencia avanza sentimos, no sin dolor, que el universo va más allá de nuestra casa, las respuestas se buscan y se encuentran afuera. La sexualidad incipiente así lo dicta y la exogamia asoma con fuerza.

“Mamá no sabes ni hacer la A”, “pelado, no tenés idea de tecnología, lo último que manejaste fue un yo-yo”, se escucha decir, entre risas, a nuestros impertinentes adolescentes.

Los padres muy frecuentemente reaccionamos con mecanismos de defensa que también esconden las ansiedades básicas de esta etapa.

1- Nos aferramos excesivamente a nuestra juventud como si fuera una tabla de salvación en medio del huracán. Nos resistimos con fuerza al paso del tiempo y apostamos a un cuerpo cada vez más atlético, a unas minis demasiadas osadas o unas lycras encorsetadas que ya no lucimos como a los 20. Corremos el peligro de caer en rivalidades y competencias estériles con nuestros hijos.

2- Llenamos el vacío con múltiples actividades, desplegamos un ritmo vertiginoso e incesante donde no hay lugar para despedidas, nostalgias ni tristezas. Corremos el peligro de somatizar, es decir que nuestro sentir se exprese en el cuerpo o sencillamente estresarnos.

3- Negamos categóricamente los cambios, clausuramos el paso del tiempo decretando que en esta casa nada cambia ni nadie crece.

Corremos el peligro de enfrentar las consecuencias que acarrea negar la realidad y el paso del tiempo. Siempre son altamente perjudiciales para la salud mental de nuestros hijos.

(*) Adriana Grande (MN. 58.804) es médica (UBA), psicoanalista y miembro de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Se especializa en vínculos padres-hijos.

Fuente: conbienestar